Sergio Valentino, cantante italiano, del Teatro San Carlo de Napoles, integrante de Música para el Alma después del primer concierto en el Hospital Oncológico Infantil de Nápoles, en mayo de 2014.
Te he visto, ¿sabes? Estabas allí, serena, silenciosa, y parecías inerme frente al mundo, a la vida. Pero estabas tiernamente envuelta en un cálido abrazo de tu mamá. Heroica ella, valiente. Y sonreía. Y te cobijaba con toda la dulzura y el amor posible. No más que una pequeñez femenina, pero gigantesca a los ojos de quien sabe qué cosa está afrontando, y su coraje la volvía inmensa, heroína como pocas en el mundo. Ella y las otras madres, cercanas a ella, a su alrededor. Estaba sentada en el centro, delante de todos, para mostrar su joya más preciosa, y hacerte partícipe, es más, protagonista de aquello que estaba sucediendo. Heroica, pero tierna y dulce. Como vos, dulcemente cobijada entre sus brazos. Y como otras madres en torno a ella, llevaba puesta una mascarilla de cirugía, para estar segura de no afectarte de alguna manera. ¿Y cómo habría podido? Después de todo es tu mamá, y no podría jamás afectarte. Jamás! Hacerlo, lo han pensado los otros millones y millones de seres humanos, que te han precedido sobre esta tierra, en aquella Maldita Tierra de Venenos, esparcidos e introducidos para dar satisfacción económica a quien no tiene respeto por la vida, ni siquiera la propia, imaginemos aquella de los demás… y de la tuya! Qué importa si después sucedía lo irreparable, entre tanto, comamos, que mañana Dios proveerá… pero no hay un Dios suficientemente grande para frenar el mal que crece día tras día. Porque hasta Él, en un cierto punto, debe rendirse, y dejar que el hombre aprenda a defenderse, o defenderlo de una vez por todas, eliminando una generación maldita. Y ahora, sufre en silencio también Él, conminado a contemplar cuánta perfidia puede esconderse en el ánimo humano… «Pero ahora Él no hace nada? Y qué hace? » Él hace… hace y cómo! Por lo tanto, crea un corazón inmenso, y lo pone en el pecho de la más dulce de las madres, quizás más fuerte que la suya propia, porque el dolor de un pequeño que sufre puede ser solamente sublimado de su némesis, de su rescate: el Amor más grande es aquél que no quiere ceder ante la Muerte! y aquella pequeña madre se convierte en el emblema de la Victoria sobre la desesperación, sobre el malestar y sobre la Muerte misma! Te ceñía ella y te observaba, y vos la observabas a ella, y nosotros los observábamos a ustedes, enormes y pequeños al mismo tiempo, en un Universo insuficiente para contenerlos a ambos, mientras se los ve invisibles en el centro de aquel salón… y después hete aquí: te diste vuelta a observar aquel grupo de personas, aquel bufón maestro que se agitaba dirigiendo a aquella extraña galería de payasos que entonaban cantos que exaltaban la vida… Si, la vida… Pero a quién la damos a beber? Y por qué…? Por qué?… Es justo mientras, en el centro de aquel escenario improvisado y vestido de bufón, me surge en la mente este interrogante inevitable, y tendría ganas de gritar mi rabia, tú, pequeña, te volteas y me miras. Tierna, delicada, desarmante en tu dulzura sin fin. Tus ojos se han fijado dentro de mi mente, tu mirada en mi corazón… Y estás en mí! Y ahí he comprendido dónde podría haber terminado Dios en aquel momento, y cuál fuera Su proyecto; he comprendido el por qué de tanto dolor, de tanto sufrimiento, aparentemente estéril y sin motivo. Porque la respuesta a ese interrogativo: por qué? estaba en mis palabras, en mi canto. La respuesta la estaba cantando y no podía saber que Él me estaba dando el sentido:»Mamá!» No existe en el mundo Amor más grande, ni tampoco más fuerte que este! Y ahora, poco a poco mientras las palabras se unen al canto, tuve una pequeña visión de la mente de Dios, y he comprendido que aquel sufrimiento podía encontrar sentido solamente en el hecho de rescatar del mal a una humanidad deshumana! Amor: A-mors! Tu con pocos meses de vida y al tercer ciclo de quimio para vencer a tu cáncer…. Y tu mamá siempre ahí, al lado tuyo, que te abraza y te protege, y jamás aceptará ceder a la desesperación: llorar en silencio, insultar, tal vez… pero aflojar, jamás! Porque tú eres su joya y ella está ahí, orgullosa de ti y de aquello que puedes darle, y que ya le estás dando: un motivo para continuar combatiendo! Y ahora, he mirado a los ojos, una por una, de aquellas heroicas mujeres que con afecto inmenso y un respeto que se le debe a quien tiene un corazón grande, grandísimo y sabe qué es el amor, porque sabe qué es el sufrimiento; es mi canto unido al de los colegas dentro mío, convertido en un himno al Coraje, una invitación a no aflojar, una carga emotiva para decir a todas aquellas personas delante de nosotros, madres, niños, enfermeras, médicos:»Resistan, no se den jamás por vencidos! Nosotros estamos con ustedes!» Y ahora, he comprendido qué es la Vida, su verdadero valor, su enorme riqueza y sus infinitas potencialidades, me he contenido para darme la fuerza de no estallar en lágrimas delante de tanta desgracia y tanto dolor, y he entendido por qué Dios no interviene: porque como una madre tierna pero tenaz, no se rinde, combate y continúa creyendo en el hombre, para intentar ofrecerle una segunda posibilidad de rescate!… Y, casi fueran mi canto y tu canto al mismo tiempo, he entonado con más coraje y más fuerza mi mensaje más sincero, el más auténtico, dedicado al amor que veía en las miradas sonrientes de aquella maravillosa imagen que te cobijaba con fuerza y dulzura: «Tú eres la vida, y no te dejaré jamás de por vida!».
Sergio Valentino.